SEGUNDA HISTORIA DE REGRESIÓN.
Seguidamente, la terapeuta le pidió que nuevamente intentara volver, que abriera de nuevo el libro.
Lo tanteó en la misma penumbra anterior y al abrirlo, distinguió una ventana estrecha y pequeña, con un enrejado similar a las mallas de los gallineros y una habitación apenas iluminada con unas velas mortecinas.
Se sorprendió tremendamente al descubrir que se trataba de un parto y que era ella quien nacía. Distinguió a su padre que era su padre en esa vida, mas su madre era su amada tía Nedjelka. El lugar era sucio, las ropas eran sucias y hacía frío. Avanzó hasta la edad de cinco años y se vio retozando en un campo algo seco, entre la paja, en un corral para cerdos, plena y feliz.
Sus ropas eran retazos de cuero y mangas de lana. Las personas vestían siempre igual, producto de su pobreza. Los olores eran densos, a estiércol, le costaba aguantar ese recuerdo.
Ante una nueva instrucción, avanzó hasta la adultez: tenía varios hijos, no sabe cuántos, pero la mayor era su actual Javiera, su sonrisa era la misma. Iba a casarse y estaba feliz. Y ella también estaba feliz porque su hija tendría su propia vida.
Trabajaba mucho, de sol a sol. Sembraba, segaba y cosechaba. Usaba la hoz. Sus manos eran ásperas, siempre vestía del mismo modo, hasta para dormir. Siempre hacía frío. Sus ropas eran de lana rústica, muchas prendas encima, unas sobre las otras.
Nuevamente se le dijo que avanzara hasta su fin. Sólo vio que caía al suelo y que, mientras se desplomaba en la misma casa donde había nacido, veía la puerta abierta y la luz del día allá afuera.
Le preguntaron qué había aprendido allí. Respondió que "a luchar". Y que ella era capaz de todo. A continuación, ingresó en un túnel de luz brillante e intenso, color verde pistacho y amarillo, extraña mezcla de colores encendidos tras haber estado sumergida en un mundo casi acromático, marrón, penoso.
Recibió la orden de despertar a la cuenta de quince, tenía que subir otra vez la escalera, que ella veía de mármol blanco.
Abrió los ojos y estaba en la consulta. Afuera estaba oscuro. Ya eran las 21 horas. Una luz baja iluminaba la habitación, en contraste con la luminosidad que sus ojos del alma habían percibido segundos antes.
Estaba perpleja. La sesión - de una hora y media - había terminado. Al menos, por ahora".
Antofagasta, 27 de febrero de 2007