miércoles, enero 16, 2008

A veces ni me acuerdo que tengo blog...

A veces ni me acuerdo que tengo blog...

A pesar que estos últimos meses me lo he pasado pegada a la pantalla,
pero en la de mi oficina,
leyendo, resolviendo y escribiendo,
succionada durante horas por un trabajo que me apasiona,
aunque mis hijos opinen que la vocación de su mamá es, simplemente, incomprensible,
por la fomedad que a ellos supone la lectura y aplicación de las normas.

Y aún sigo en ello.
Más encima, sin haber disfrutado de vacaciones
cuando se enteró mi nueva anualidad
(feriado que se acumuló para momentos más propicios).

Pero hoy me acordé que en Blogspot.com
yace este compañero silencioso donde puedo dejar un poco de la Olie
- que llega a casa despeinada y cambia su atuendo por jeans y sandalias -
no de la "señora O"
- que sale cada mañana encaramada en tacos altos y formalmente vestida -
este amigo blog que soporta todo lo que le cuento,
que enjuga todas las lágrimas que sobre él derramo y, a más,
me conecta con el mundo
(corrección, con "mi" mundo),
ése donde ustedes son palabras sin rostro,
amistad sin manos,
fidelidad sin abrazos,
generosidad pura y lealtad sin límites.

Obviamente en las últimas semanas no he correspondido bien a ello,
pero ustedes saben que ausencia de cariño no es.
Sólo es falta de tiempo, de minutos, de horas,
de concentración para volcarme de nuevo encima del teclado
que apacigua dolores y abre la mente con esperanza.

No hay mucho que contar, tampoco.
La Navidad casi me pilló sin regalos y el Año Nuevo lo esperé
con una tarde de 31 de diciembre alejada del trajín de los supermercados,
recostada en mi cama,
con la mascota felina de la casa durmiendo sobre mi regazo
y viendo cuanto programa de TV se emitía por el cable.

Y la verdad es que cada segundo libre se convierte en eso,
en un eterno zapping por los 90 y tantos canales pagados,
hasta encontrar algún programa interesante
o alguna de esas películas que no pude ver en el cine,
cuando fueron estrenadas hace años.

Como será que ni siquiera he tenido tiempo de extrañarlo.
Ni de recordarlo.
Mis pensamientos tampoco retienen su rostro ni sus ojos.
Menos, esa mirada ausente que me evoca
un corazón que perdió todas y cada una de las batallas
conducentes a la felicidad
antes que empezara a luchar por ella.

Y quien no lucha por obtener su felicidad
sólo puede conformarse contemplando cómo la viven
esos que dejaron todo para salir a buscarla...

...y que la encontraron radiante
y la viven, plenos,
en una cama desordenada
donde las sábanas guardan el aroma
del amor de verdad.