El viernes 23 de junio llegaron a Antofagasta, desde Santiago, mi tía "Nena" (Lena Bárbara Zlatar Navarro), bellísima hermana de mi padre, con sus hijos Ramón y Adriana Galleguillos y Evita y Gabriela Ramírez Zlatar, y su nuera María Elena.
El motivo era la celebración de los 90 años del Colegio San Luis, del cual mi primo Ramón, oftalmólogo, egresó hace 50 años.
Mi casa se llenó de cariño la tarde del sábado 24, en que nos reunimos a tomar el té, ellos, mi madre, mis hijos y yo. Nos enfrascamos en recuerdos de la infancia, de la adolescencia, y de las personas que ya no están; también, de los antofagastinos "originarios", que dejaron "La Perla del Norte" para radicarse, como ellos, en otras ciudades de Chile y de la nostalgia que ello causa.
Evocamos a nuestra abuela "Marilyn", cónyuge de nuestro abuelo croata (Jakov haraho Zlatar Glavinovic), que siempre nos acompaña espiritualmente en nuestras reuniones familiares, por la profunda e inolvidable huella de optimismo, buen humor y fuerza vital que imprimió en todos sus descendientes.
Ramón y Nana no venían a la ciudad desde hace unos 30 años, y la encontraron pujante, moderna y progresista. Opinión compartida por tía Nena, que no lo hacía desde 1987.
Mis hijos estaban encantados con esta familia que ama la buena mesa, los chistes, las canciones, los licores croatas de marrashkino, de pera y cherry, pero fundamentalmente, la unidad y el amor entre sus integrantes.
El domingo 25 de junio, aniversario patrio de la joven y a la vez, milenaria Croacia (Hrvatska), nos reunimos en el Split, recinto de Hrvatski Sokol, para participar en un almuerzo donde muchas familias de descendientes celebraron a la tierra de nuestros ancestros, en su mayoría provenientes de la Isla de Brac y, en nuestro caso, del pueblo de Povlja.
Tras empanadas chilenas, rizzotto de camarones, cordero, pollo y carne a las brasas, y del típìco cabrito asado al palo, alegremente interpretamos canciones de esas lejanas tierras.
Para despedirnos, nos trasladamos con Pablito hasta el hotel que los hospedó, donde cenamos con mucha nostalgia ante la inminente despedida, pero con el cariño de siempre.
Esos días compartidos son un tesoro en el corazón, pues ayudaron a darle un nuevo sentido a mi apática tristeza e hicieron vivir a mis hijos las alegrías de antaño, las de mi infancia y de mi adolescencia, al amparo de este Clan lleno de vitalidad que me llena de orgullo y de la vibrante energía del amor.
Y cada día mis raíces son más fuertes que nunca.......................