martes, marzo 27, 2007

TERCERA HISTORIA DE REGRESIÓN.

"... La psicóloga estimó necesario buscar con otra hipnosis, las raíces de su problema para ser constante, para perseverar, para llegar a la meta sin abandonar la ruta, a la mitad del camino.

Esta vez fue más fácil descender a las profundidades de su mente. Caminó por un pasillo iluminado por el día hasta que llegó a una habitación blanca, donde había una mesa y el viejo y gran libro de siempre. Esta vez lo vio mejor: parecía hecho de cuero, era marrón y tenía un cerrojo, pero una vez solicitado el permiso para leerlo se abrió sin necesidad de llave alguna. Y como había llegado a la consulta relajada y tranquila, su estado anímico favoreció su traslado al ayer infinito.

Supo de inmediato que se llamaba Pompeya, no necesitó preguntárselo a nadie. Caminaba con prisa por las calles empedradas de una ciudad antigua del Imperio Romano. Miro sus pies y vio el ruedo de su túnica, que tenía un borde de cinta dorada y era de lino, con amplios pliegues y de color crema. Era joven, mas no bonita. La acidez de su carácter difícil salía por todos sus poros.

Mientras avanzaba, vio hombres y mujeres bien vestidos. Los hombres usaban el calseus y una toga de lana. Hacía frío. Apuró sus pasos para llegar hasta su casa.

Estaba enojada. No le gustaba vivir allí. Tampoco le agradaba pertenecer a su familia porque eran plebeyos, sin las comodidades ni privilegios de los patricios.

Llegó a la entrada de su casa, donde se apilaban muchas ruedas de carreta en el más completo desorden. Su padre y su madre la vieron traspasar el umbral con resignación, al comprobar su ira. Como de costumbre, los ignoró a ambos y se dejó caer en el suelo, donde lloró rabiosamente. Envidiaba con dolorosa tristeza los bienes ajenos, soñaba con pertenecer a los amplios domus de los adinerados...

La terapeuta le hizo avanzar en el tiempo, para sacarla de los sollozos. La escena cambió y se vio trabajando al aire libre, guiando a unos esclavos que cargaban quintales de trigo y sacos hacia un cuarto que tenía un fogón. Estaba sola. Sus padres habían muerto años atrás.

Se percibió a sí misma como una persona parca, con un manojo de llaves en la mano. Evitaba el contacto con la gente.

De tal modo vivió todos sus días, pues a la hora de su deceso nadie la acompañaba. Sabía que iba a morir de un momento a otro y lloraba, le faltaba el aire por la enfermedad y por la culpa. Se arrepentía de la vergüenza que sintió por sus padres, su origen y su pobreza. Lo hubiera dado todo con tal de cambiar su pasado. Pensó en la comprensiva miraba de su padre, que nunca le reprochó sus desaires ni desprecios y la amó a pesar de todo, amor que ella siempre conoció, pero jamás retribuyó.

Aprendió que el amor fraternal era muy importante, mucho más que una casa, buen dinero y bienestar. Se dijo a sí misma que nunca más iba a dejarse llevar por la ambición ni por la envidia.

Cerró sus ojos llorosos. El pecho le pesaba como si tuviera una lápida encima y le dolía fuertemente. Hasta que no supo más de ella, sólo descendió en la oscuridad más completa, envuelta en una tristeza que le parecía eterna...

Seguidamente, María Rosa la guió para que flotara en el cielo. Sintió que volaba en un planeta gasesoso, de colores verdes y azules, algo que jamás había visto. Le pidió que esperara allí a su Maestro.

Apareció una silueta alta, vestida con una túnica que parecía tener todos los colores y a la vez, ninguno. Parecía un hombre. Tras de él había un enorme resplandor que no le permitió ver su rostro.

Le abrazó con fuerza y dulzura. Sintió todo el amor del mundo dentro del pecho. Ese calor se instaló en el centro de su corazón y se repartió por su espalda, cabello y brazos. Energía radiante y pura se había derramando sobre ella, que se convirtió en un recipiente.

No pudo repetir lo que él le dijo, pues no encontró las palabras para conceptualizarlo, ni siquiera ahora. Pero "sabe" lo que debe hacer, buscar y alcanzar.

Cuando se le ordenó despertar sus ojos estaban húmedos y aunque su cara y sus manos se sentían frías, un calor envolvente estaba adherido a su interior, debajo de la piel, muy cerca de su alma...

Al salir a la calle, le pareció que el arrebol de ese atardecer presto a convertirse en noche, era un pálido reflejo de aquellos colores que vio detrás de su Maestro.
Caminó los pasos necesarios con la certeza que, si alguna vez contaba todo esto en primera persona, sólo le creería alguien que hubiese vivido la misma experiencia; no obstante, concluyó que eso daba igual: ya sabía que "nada es imposible bajo este cielo"*.

*Frase de Pedro Prado, chileno, autor de Alsino.

lunes, marzo 26, 2007

CUANDO SUEÑO

Cuando sueño todo es magia e ilusión,
pavor, miedo, sensaciones sin tiempo.
Subo. Bajo. Caigo. Me levanto.
Amo. Soy amada.
Me marcho. Te quedas. Me eliges. Te vas.
Me llevas. Te abandono.
Paseo. Te visito.
Duermo a tu lado. Me acompañas.
No estoy sola...
Viajo al instante.
Sin pasaportes, burocracia, ni fronteras.
Ni barreras. Ni guardias.
Envejezco. Soy joven o niña.
Recorro mi colegio.
Voy por calles europeas, asiáticas, latinoamericanas.
Oigo tu respiración,
tu ser estallando entre mis piernas, tibiamente,
dejando mi alma incinerada.
Vivo bajo tu aliento y así es aunque no te vea.
Siento tus brazos, tus manos, tus labios, tus dedos y sé que eres tú,
aunque no haya imágenes.
Sangro. Sufro. Lloro. Enfermo y muero. Nazco. Renazco. Mueren todos.
Colapsamos. La tierra se abre, el mar es una catarata. El fuego rodea.
Un abismo me recibe. Llego hasta la cima.
Oigo gritos.
Toco el piano. Canto y bailo.
Rindo exámenes. Trabajo.
Arranco de alimañas.
Soy herida, mutilada, destrozan frente a mí a mis seres más amados.
Pero son sueños. Se van.
Y a veces, entristece que se vayan porque traen los deseos más profundos
y las alegrías más verdaderas...

martes, marzo 20, 2007

LA MANO DEL DESIERTO
























La "Mano del Desierto" fue erigida por Mario Irarrázabal, escultor chileno, a base de fierro y cemento.
Está a 75 kms. al sur de mi ciudad, Antofagasta, 300 mts. al costado de la ruta CH-5, y a 1.000 mts. sobre el nivel del mar.
Con 11 mts. de altura, saluda o despide al viajero que se adentra en el Desierto de Atacama, el más árido del mundo.

¡Bienvenidos!

sábado, marzo 17, 2007

HERNÁN ARREDONDO PARAVIC


La Chamanita

Hernán Arredondo Paravic


Hernán es pintor de profesión. Ex - compañero de colegio, nos reencontramos en mayo de 2003, cuando la generación sanjosesina celebró el más importante de sus reencuentros.
No sabía nada de él, desde que salimos de cuarto año medio. Yo no despertaba todavía.
Volvimos a vernos en mayo de 2005. Mi proceso espiritual había comenzado. Tuvimos una de esas conversaciones del alma, durante una exposición de sus obras en el Centro de Extensión de la Universidad de Antofagasta.

Hoy se los presento. A él y a su pintura "La Chamanita", que, de todas sus obras, es la que más me gusta e incluso fue celebrada por el Dalai Lama... en persona.

miércoles, marzo 14, 2007

MAIPÚ 328, CAPÍTULO II

El año 2006, según les contaba, la casa de mi abuela fue demolida.

Al cabo de algunos meses, en esa heredad se ha levantado un edificio de tres pisos, con una mueblería en el primero.

Ayer pasé por ahí, al salir del trabajo: Maipú 328 se ha convertido en un símbolo de lo transitorios que son los bienes, las cosas corporales, lo material.

Hoy, nadie podría afirmar que bajo los cimientos de la nueva obra hubo un sótano con baúles cargados de recuerdos, de Chile y de Europa.

Que en el largo pasillo que conducía a la sala de estar y al comedor, una niñita de cuatro años, junto a su prima Eva, hacía de las suyas arrastrándose en un choapino, imaginando que volaba en una alfombra mágica de algodón egipcio.

Que en uno de sus dormitorios fue instalada esa misma niñita, a los pocos días de nacer,
para dar su primera lucha de bebé prematuro, porfiadamente, hasta vencer y quedarse en esta vida.

Que en el comedor se reunía la familia entera y sus risas alegres eran una explosión en la manzana.

Que en la cocina, la abuela Ofelia preparó los mejores guisos de los que se tenga memoria y la tía Katica, las más ricas tortas, dulces eslavos, pavos con ciruelas y empanadas que se conozca.

Que en el fondo de la propiedad había tres patios que yo recorría feliz y confiada, corriendo, saltando, escondiéndome de mis primos y amigos en juegos interminables, contemplando el paseo diario de las aves de corral, cerrando los ojos para retener en los oídos el piar de los pollitos recién salidos del cascarón.

Que una vez hubo revolución de plumas, porque mi tío Antuco llevó a "alojar" un gallo para su engorda (atendido que él residía en un apartamento) y el nuevo ejemplar, de soberbia belleza, debió permanecer suelto, con permiso para recorrer los patios a su antojo, para que no se enfrentara en atávica lucha con el señor de las gallinas: el gallo de la casa.

Que como consecuencia de eso, cada vez que mi prima Eva cruzaba el patio de la suya, ingresaba a la zona ciega (que era el patio del medio) doblaba por el pasillo y entraba al patio de la calle Maipú, el galán de cresta roja y plumas frondosas la aguardaba para perseguirla.

Que tía Yerka, brocha en mano, retocaba la pintura de la terraza, ésa que mi abuela tenía llena de maceteros, donde me instalaba a leer en un sofá de mimbre.

La gente pasa y nadie lo sabe. Pero mi corazón sí y lo atesora.

Siempre estarás ahí, abuela... hasta que yo regrese a tu puerta infinita.

lunes, marzo 12, 2007

EL ÁRBOL Y EL AMOR...

"He oído contar la historia de un antiguo y majestuoso árbol,
cuyas ramas se extendían hacia el cielo.
Al llegar la estación de las flores, mariposas de todas las formas, tamaños y colores, bailaban a su alrededor.
Las aves de países lejanos se le acercaban y cantaban cuando florecía y daba frutos.
Las ramas, como manos extendidas, bendecían a todos los que acudían a sentarse bajo su sombra.
Un niñito solía venir a jugar junto a él y el gran árbol se encariñó con el pequeño.
El amor entre lo grande y lo pequeño es posible, si el grande no es consciente de su grandeza. El árbol no sabía que era grande, sólo el hombre es consciente de eso.
La prioridad de lo grande siempre es el ego, pero para el amor nadie es grande o pequeño.
El amor abraza a quienquiera que se le acerque. Así, el árbol comenzó a sentir amor hacia ese pequeño que solía ir a jugar cerca de él.
Sus ramas eran altas, pero las inclinaba hacia el niño, de modo que pudiera recoger sus flores y sus frutos.
El amor siempre cede; el ego nunca está dispuesto a inclinarse.
Si te acercas al ego, sus ramas se estirarán aún más hacia lo alto; se pondrá rígido para que no puedas alcanzarlo".
Autor: Osho
Capítulo I