lunes, octubre 08, 2012

"Siempre sabía cuándo iba a arribar a la ciudad, parecía que el avión que pasaba su panza de aluminio por encima de la terraza de su casa tenía internalizada la angustia del viajero y ella era una eterna intuitiva que recibió siempre esa presencia huidiza.

Pero nada de lo vivido había sido en vano.

Cada segundo, cada minuto, cada hora que había pasado acurrucada junto a su recuerdo tibio le habían enseñado a entender que la vida también se nutre de imposibles.

Había aprendido a mirar. Más que eso: la distancia le había permitido descubrirlo y no le gustó lo que halló.

Porque ese hombre que no había sabido ser amante tampoco demostraba ser amigo. Él sólo era fiel a sus espacios, a sus hábitos; a sus libros y a sus fines.

Además, había delegado sobre sus hombros el peso de atraerlo, pues hasta la comunicación más ínfima ("¿cómo estás hoy?") nacía de ella.

Por eso un día decidió bajar a su jardín y hacer un agujero con sus propias manos.

Una vez hecho, con ojos serenos, arrancó su recuerdo vacío del corazón y lo depositó sobre la tierra. Agregó, en riguroso orden cronológico, su porte, su voz, sus ojos, sus paseos.

Continuó con sus manos, sus abrazos, su boca. Sus besos.

Por último echó sus cartas y cubrió sin lágrimas su entierro.

Era el final, pero a la vez era el comienzo...

El principio de un gran consuelo".

Estoy contenta. La Vida me ha mostrado una flecha artera, pero yo me escudaré en una sonrisa. Sin lágrimas. Sin ira. Con la sabiduría de los árabes. Podrá ser de noche, pero siempre habrá estrellas. Podrá estar nublado, pero siempre sopla el viento. Podrá haber oscuridad, pero la luna se asoma... Eso es lo que realmente importa: la actitud, no el problema.

lunes, abril 30, 2012

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