Dibújalo con palabras...
Una amiga me escribió hace unos días y me pidió que dibujara, con palabras, el paisaje de mi alma. Esto es lo que salió, como cuando un grifo estalla en agua viva, como cuando las olas invernales increpan al cielo gris, buscando el sol ausente que coloree su agua...
En definitiva, éste es mi paisaje:
Mi alma va
por un camino rural,
largo y ancho
que a veces se angosta,
cubierto de guijarros
y piedras preciosas.
A veces me detengo
y las recojo,
brillan entre mis manos
las amatistas y
las ágatas.
En otras ocasiones,
absorta mirando
la luna llena,
tropiezo y caigo
sobre otras, afiladas.
Tal vez sangro un poco,
pero vuelvo a ponerme de pie,
rápidamente.
La hierba es escasa
y los árboles, lejanos,
pero fuertes,
como los pimientos
del norte de Chile,
que sobreviven sin más agua
que la de esquivas napas subterráneas
o de una escasa camanchaca.
por un camino rural,
largo y ancho
que a veces se angosta,
cubierto de guijarros
y piedras preciosas.
A veces me detengo
y las recojo,
brillan entre mis manos
las amatistas y
las ágatas.
En otras ocasiones,
absorta mirando
la luna llena,
tropiezo y caigo
sobre otras, afiladas.
Tal vez sangro un poco,
pero vuelvo a ponerme de pie,
rápidamente.
La hierba es escasa
y los árboles, lejanos,
pero fuertes,
como los pimientos
del norte de Chile,
que sobreviven sin más agua
que la de esquivas napas subterráneas
o de una escasa camanchaca.
Ante mí,
se yerguen
los macizos cordilleranos.
Para allá voy,
siempre avanzo,
siempre subo,
a veces, a tientas,
mas casi siempre,
con los ojos abiertos.
Mi paso es firme y seguro,
lo que no me impide caer
de vez en cuando,
y es que en la vida
ocurren accidentes,
caen como pelusas
desde un rayo de sol.
Tras de mí, apenas diviso
el baile de las olas
de un mar siempre calmado,
silencioso,
ondulante;
a ratos, susurrante.
Inmenso y profundo
en su indefinible
color oceánico,
desbordante de vitalidad.
El cielo sin nubes
está abierto
como un abanico,
lo veo color índigo,
estrellas diamantinas
lo adornan de noche.
El viento es poderoso,
barre mi paisaje
con rudeza,
pero entre los ripios
quedan igual
antiguos vestigios,
a pesar de su paso:
amores pasados,
mil caricias recibidas,
mil besos empapados,
arremolinados
junto a mi cabello.
No hay música
en el aire,
sólo el zumbido
de algún tábano extraviado,
o el suave batir de las alas
de una mariposa monarca.
Los días me persiguen,
los años me alimentan.
Mi paisaje es tan amplio
que me deja abrir los brazos
y alzar la vista
sin que nada me estorbe.
Y en ese cielo mío,
profundo y helado,
brillan dos estrellas
siempre adelante.
Son mis hijos,
que me instan
a seguir y seguir...