Y COLAPSÉ...
Siempre me ha caracterizado la fuerza interior y el optimismo a toda prueba. Soy porfiada y no me gusta aceptar que puedo ser débil o sentirme así. Mi lema es siempre pensar que las cosas malas, tarde o temprano, pasan, y que la vida hay que enfrentarla con una sonrisa.
Nunca me detengo a pensar si estoy triste o no, pero este año, diversos acontecimientos me obligaron a sentarme a un costado del camino, coger un espejo y mirarme.
...Pero como me dio pena, me levanté, me sacudí la ropa y seguí. No estaba para perder el tiempo en la autocompasión.
Más adelante había una gran piedra que no detecté. Tropecé con ella y me caí. Quedé acostada, mirando al cielo. Noté que estaba nublado, aunque yo me empeñase en verlo nítido y azul. Froté mis ojos, me paré y seguí porfiadamente.
El camino se hizo angosto y se oscureció. "Ah, no" - me dije a mí misma - y entonces busqué un machete para cortar la maleza y las ramas secas que impedían seguir y, de paso, impedían que la luz del sol lo inundara todo. Pero no tuve fuerzas. Ni siquiera lo pude levantar. Se me cayó de las manos.
Me quedé quieta, entonces. El amor pasó por mi lado y me saludó. Lo seguí con pocas ganas, pero con la sensación de estar alegre. Huyó. Se enredó en los ramales. Lloré. Hace tiempo que no lo hacía. No me gustó la sensación y con obstinación volví a pararme. No estaba muy convencida de mis fuerzas, pero igual, caminé.
En eso, apareció una paloma negra, que trajo una mala noticia. Volví a llorar... ¿cómo era posible?
En tanto, el amor regresó y, aunque no hubo un encuentro físico, ha hablado con esperanza. Sin embargo, sus palabras no provocaron en mí una gran felicidad, debiendo hacerlo.
Entonces di el primer paso: aceptar que estaba mal y que no podía caminar sola. Ayer fui al psiquiatra.
El diagnóstico ha sido Síndrome de Fatiga Crónica y depresión. Me tragué las lágrimas en la consulta. Debía hablar de los últimos acontecimientos de mi vida, pero me remonté ocho años atrás... ¡ocho!.
Comprendí que si los estaba trayendo a mi presente era porque no están superados. Me zambullí en una gran tristeza. Entendí los últimos trastornos del ánimo. El hecho de estar llorosa sin grandes motivos. El paso por lapsos irascibles o de gran susceptibilidad. El insomnio y el cansancio. El hecho de pensar una palabra y decir otra. La desconcentración. La pérdida de mi privilegiada memoria.
El caso es que el médico me mandó a descansar. Y me explicó que los medicamentos servirán para restablecer la química de mi cerebro, porque está alterada.
Ahora pienso que, tal vez, todo empezó con la separación matrimonial. O con expectativas no resueltas. O por esta gran soledad emocional. O porque fui soberbia al pretender que todo iba a pasar con mi sola decisión. Con la mera expresión de mi voluntad. Por las autoexigencias que me impongo.
No obstante, ha sido bueno tener que aceptar que estoy débil. Más humana de lo que pretendo ser. Que durante un tiempo no valdrá la pena "jugar" a ser la funcionaria más eficiente, ni la mamá que soluciona todo en casa - a falta de padre - ni la mujer infatigable que es capaz de desempeñar dos trabajos en su oficina, para regresar a casa y enfrentar, sola, su organizado funcionamiento.
Ya no. Por un tiempo no. Llegó el momento de quererse. De quererse bien. Hasta de autocompadecerse un poquito. De permitirse llorar sin enjugar las lágrimas y decir, como Scarlett O'Hara, que "mañana será otro día". De detenerse si estoy cansada. De sentarse en el sofá para mirar por el balcón. De perder el tiempo. De dormir.