PAUSA

Hay momentos en la vida que merecen una pausa.

Diversos acontecimientos me obligan a reflexionar.

Los sueños empiezan a desmoronarse. La vida real se levanta y hay que enfrentarla. No sirvo para esconder la cabeza en los agujeros del presente. Soy mujer, no avestruz.

Para seguir caminando por la huella empedrada, hay que blindarse. Para encontrar la fortaleza hay que alejarse de las emociones. Para discernir hay que hallar respuestas.

Quiero decir y - como dice Lety - que la voz responda. Pero la voz enmudeció. Y cuando la espera es inútil, es porque hay realidades azotando el futuro.

Por otra parte, las campanadas del viento trajeron noticias color gris desde la casa de mi madre.

Todas estas circunstancias obligan a que regrese a la torre del castillo. Tal vez no debí salir de ahí para respirar el aire de la noche. O quizás debía salir para tocar de nuevo el mundo con las manos, con el tacto, con la boca, para regresar al menos con la ilusión de sentirme viva.

Debo interrumpir el júbilo. Debo nutrir mi espíritu.

La vida no quiere ofrecerme un paréntesis eterno en los capítulos que me escribió, que son de solitario andar. Tal vez, las mujeres de hierro no tienen derecho a caminar por una senda segura y lisa, de la mano del amor verdadero. Y como están preparadas para todo, con la adarga al brazo y la lanza en ristre, siempre tienen que luchar en la batalla que les toca vivir.

Por todo eso, me alejaré por algún tiempo. Eso depende de lo que me demore en instalarme, de nuevo, la cota de malla.

A mi madre se le extirpó un melanoma de su rostro. Ahora hay que determinar si hay otras zonas dañadas. Tengo fe de que todo saldrá bien, pero se me fueron las fuerzas. Oh Dios. Y necesito una pausa de silencio para recuperarlas.