martes, diciembre 06, 2005

El árbol de Navidad.

El árbol de Navidad se inserta en el ancestral culto a los arboles, que representaban poder por sus implicaciones cosmológicas, como escribe Mircea.
Los bosques sagrados servían de templo a los germanos y para los galos, la encina era un arból sagrado sobre el que recogían el muérdago, rito sagrado, según lo describe Plinio.
En el mundo clásico griego, la encina estaba consagrada a Júpiter. El laurel, la palmera y el pino, a Cibeles.
En numerosos mitos, los árboles aparecen como residencia de los dioses, especialmente de las dríadas, ninfas protectoras de árboles y bosques. En ocasiones se creía, también, que estaban dotados de alma.

El árbol de Navidad es un vestigio de aquel culto.

En la actualidad es un abeto, un pino o un acebo que se adorna y se ilumina en estas fechas. La iluminación del árbol viene a significar la claridad frente al mortecino sol invernal.
Esta tradición tuvo su origen en los pueblos germánicos y habría sido San Bonifacio, apóstol de Alemania, inglés de nacimiento y de nombre Winfrido, quien taló la encina sagrada de los paganos para plantar en su lugar el abeto de los cristianos.

Por otra parte, una leyenda cuenta que un abeto recorrió muchos kilómetros para llegar la noche de Navidad a Belén, donde habían sido convocadas todas las criaturas, incluidos los árboles.
El abeto llegó exhausto porque tuvo que atravesar muchos países y vivió muchas dificultades. Además, era pequeño y apenas podía asomarse entre las frondas más esbeltas.
Pero de repente comenzó una lluvia de estrellas desde el cielo sobre sus marchitas ramas, que culminó con la Estrella de Navidad. Entonces el Niño del pesebre le miró, le dedicó una sonrisa eterna y le bendijo.

Además, la leyenda registra muchos ejemplos de bosques protectores que cierran el paso a los perseguidores de la inocencia.

Por último, cuenta una historia de Toscana, sobre la huida de la Sagrada Familia a Egipto, escapando a la matanza de Herodes, que mientras la Madonna andaba, las retamas y los garbanzos crujían, y aquel ruido iba a delatarles. Entonces, el lino se erizó y cuando la Virgen llegó cerca de un enebro, la hospitalaria planta abrió sus ramas y se cerró sobre ella, ocultándola, así, junto al Niño.

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